En el riguroso ceremonial de la Corte de El Ejido, las comidas eran en un inicio parte trascendental del día a día de la familia imperial. Marcaban el inicio y el fin de cada jornada, además de constituir los pocos espacios en que sus miembros podían compartir un momento juntos.
Cubertería de oro y plata ordenada a España, Inglaterra, Perú y también nacional; vajillas de porcelana italiana, francesa, china y cuencana; cristalería austriaca, inglesa, rusa y brasileña. Casi todos los rincones del mundo conocido estaban representados en las grandes mesas imperiales de El Ejido, donde se servían los más diversos manjares quiteños y europeos, mestizando la cultura monárquica americana por vez primera.
Inmediatamente después de los rigurosos protocolos que debían seguir al inicio del día para levantarse y asistir a misa, la familia imperial se reunía para servirse el desayuno. Hasta el reinado de María Teresa, esta comida era servida en la Sala de la Mañana del Apartamento de las Princesas; sin embargo, Leopoldo I lo trasladó a los Apartamentos Familiares del Pabellón que construyó para su consorte Blanca de Orleans al occidente del palacio. En raras ocasiones, los Emperadores se servían el desayuno a solas en sus propias antecámaras, donde disponían de una pequeña mesa y sillas para el efecto.
La primera comida del día consistía en leche caliente con chocolate o café, panecillos recién horneados, huevos al gusto de cada comensal, mantequilla y queso frescos, mermeladas de las más variadas frutas, pastelería y jugos naturales de la huerta del palacio. Las mesas eran adornadas con flores frescas y olorosas, generalmente gardenias, y la fina vajilla cuencana de porcelana esmaltada y bases de plata que el emperador Antonio José recibió como obsequio de sus suegra el día de su coronación.
Durante el reinado de Antonio José, los almuerzos eran servidos en el Comedor Familiar del tercer piso del Viejo Palacio, aunque solo para la Emperatriz y las Princesas, ya que el Emperador se servía esta comida en la antecámara de su habitación, en privado. Es durante la época de María Teresa que pasa a llamarse Cubierto a esta comida, y aunque continúa siendo servida en el Comedor Familiar, a ella asisten todos los miembros de la Casa Real que residen en palacio.
Aunque se observa siempre un protocolo establecido, es menos riguroso que el que se aplica en las cenas, además de que nunca se permite que sea admirado por la Corte, ya que se trata de un momento íntimo para que la familia comparta. Las cocinas de El Ejido servían cuatro platos a la hora del almuerzo, cada uno denominado servicio y asistido por dos camareros. El primer servicio era el de ensaladas, el segundo de sopas y cremas, el tercero de asados y guarniciones, y el cuarto de postres y fruta.
Los platos de esta hora del día eran generalmente de la tradición culinaria nacional, originaria de distintas zonas del Imperio quiteño. El segundo servicio podía incluir cremas de haba, arveja, tomate, sopas de quinua, avena, cebada, caldos de pollo, carne y cordero. El tercer servicio variaba entre cientos de platos, pero con más frecuencia se servía asados de cerdo, gallina, cordero, pucheros, mote preparado de diversos modos, arroces, estofados de carne seca, purés de papa, zapallo y sémola. Los postres que se servían eran espumas, helados, pastelería y fruta fresca. Los vinos para acompañar eran variados y se alternaban con agua o, en muchas ocasiones, reemplazados por jugos.
La Cena Imperial que se celebraba en el Comedor de Gala todas las noches, y al que asistían docenas de invitados para presenciar el acto, representa el poder máximo del día en la Corona quiteña. Aunque con los años se fue perdiendo la rigurosidad del ceremonial de mesa, hasta el reinado de Antonio I tenía una vital importancia dentro de la Corte.
El emperador invitaba a su esposa, hijos, familia cercana y amigos a formar parte del protocolo de la última comida del día, que iniciaba a las 20:30. La Corte estaba formada del lado de la ventana hacia el Jardín Inglés. Solo las princesas de Gracia y las duquesas podían sentarse para observar en primera fila sobre bancas corridas, los demás debían permanecer de pie detrás de ellas. Después del reinado de Antonio I, los cortesanos no participaron más de este acto.
Los diferentes platos se servían en diferentes tiempos denominados servicios. Al servicio de potajes y entrantes le sigue el de asados y ensaladas, luego el de entreplatos y por último el de frutas. Entre cada servicio un grupo de camareros coloca la nueva vajilla para el plato que viene. A esta hora se se servían platos muy elaborados y de origen europeo, como faisán en salsa de ciruelas, cordero con especias, o el favorito del emperador, puchero de gallina a la francesa. Los vinos recorrían la mesa una y otra vez, permitiendo a los comensales degustar de los más variados sabores, orígenes y cosechas.
En algo más de cuarenta minutos termina la cena, los príncipes más jóvenes se retiran a descansar y el resto hace una sobremesa picando algo de fruta extra por unos quince minutos. Finalmente, los comensales se retiran a los aposentos más íntimos del palacio, donde podrán conversar a sus anchas, beber café o fumar en un ambiente más relajado.