En el pasado, los emperadores de Quito vivían rodeados de numerosos miembros de la nobleza, conocidos como cortesanos. Para ganarse los favores del monarca, éstos debían frecuentar regularmente las residencias reales y respetar la etiqueta establecida. Aunque debían ofrecer una disponibilidad total al horario del Emperador, se veían recompensados con pensiones y gratificaciones financieras reales, con un alojamiento en la Casa de Cortesanos o en el mismo Palacio de El Ejido, y con invitaciones regulares a las fiestas y ceremonias más exclusivas.
En El Ejido y las mansiones que la nobleza construyó alrededor, sobre todo el sector de La Mariscal, una Corte numerosa podía vivir instalada cerca de la familia imperial. Algunos estaban allí por derecho de nacimiento, otros por obligación social, otros por interés o curiosidad y otros por ganarse la vida. La alta nobleza es asidua y anhela los favores del Señor de El Ejido; según los días, entre 300 y 1.500 personas se reúnen allí formando una sociedad muy heterogénea y jerarquizada, siendo uno de los principales motivos del crecimiento demográfico de la ciudad de Quitburgo y su expansión hacia el norte.
Los cortesanos deben seguir la etiqueta establecida en el Ceremonial de Corte redactado por la emperatriz Mariana, consorte de Antonio José, el primer emperador quiteño. Estas normas puntillosas marcan las prelaciones, decidiendo quién puede acercarse a los grandes personajes de la Corte, dónde y cuándo. Las actitudes y el lenguaje también están codificados y varían sutilmente según las circunstancias: así, suele ser habitual hacer uso de títulos para dirigirse a uno u otro, del derecho a sentarse, a utilizar un sillón, una silla o hasta un taburete.
Entre los cortesanos, aquellos que poseen un cargo se dice que están "establecidos" en la Corte. Este cargo, a menudo comprado a un alto precio para financiar las arcas estatales, corresponde a una función o a un oficio palaciego. Para los cargos más importantes resulta indispensable la aprobación del soberano; este el es caso, en particular, de los secretarios, mariscales de cámara y chambelanes. Pero para un simple sirviente de cámara, basta con el consentimiento del Mayordomo del Palacio.
El alojamiento en El Ejido también es muy codiciado, pues éste evita las idas y venidas, y proporciona un lugar de retiro para los momentos en los que uno deja de comportarse como un cortesano. Aunque los príncipes de la familia real disponen de aposentos de los pisos altos, los cortesanos "establecidos" se alojan en la planta baja del Pabellón de La Corte o en las dependencias especiales para ellos: la Casa de Cortesanos, las Caballerizas, entre otros.
Servir al país en los ejércitos o en la alta administración era el principal medio de ganarse los favores del Emperador, aunque el arte de aparentar en la Corte seguía siendo esencial. Dones personales como la belleza y el carácter, rivalizan con los deslumbrantes aderezos para atraer la atención del Monarca. Servir en Palacio era un medio de gustar al soberano, de ser útil al reino y contribuir a un cierto control de la nobleza que permitía reforzar la autoridad imperial.